El olor y la memoria se llevan bien. Según estudios, hasta el 75% de nuestros recuerdos vuelven a nosotros gracias al sentido del olfato, frente al escaso 5% de la vista. Es normal. No dejamos de ver nunca, ni en sueños. En cambio, oler sólo olemos cuando queremos o cuando irrumpe en la escena; como los malos olores, o los buenos quesos.
Qué nostalgia, los recuerdos de la niñez que vienen cuando ya adultos nos llegan olores que habíamos olvidados; y ellos, como francotiradores agazapados, se muestran de repente entrando por nuestras vías olfativas, y haciéndonos rememorar.
El olfato y los olores pueden ser algo sensual: la piel de nuestra pareja, la esencia de algunos perfumes, incluso el olor de determinados platos pueden llamarnos poderosamente la atención.
¿Qué buen recurso el olor, verdad? ¿Se imaginan lo llamativo que sería un anuncio en la tele, cuando anuncian cremas de calabaza, o perfumes, y que de repente de nuestro plasma de 150” y media emanara el olor del producto? ¿Que cuando navegamos por internet, al pasar por una web de libros o de productos para bebés, oliera a libros o a Nenuco? Quizás algún día se consiga que el olor se reproduzca en estos medios, pero no será mañana.
Eso no significa que haya que renunciar a este potente estímulo. Tenemos un medio, a veces denostado, pero siempre fiel a aquellos que son creativos e innovadores. El buzoneo y reparto de publicidad.
Imaginen las posibilidades. Toda una fila de buzones con publicidad colgando de los buzones, con una parte sobresaliendo del mismo (la técnica se llama perching). De por sí, ya resulta llamativo, con un alto número de impactos (de un edificio de 100 personas podemos contar con que al menos 60 recojan los folletos) y muchas probabilidades de que de todas esas personas, al menos la mitad se interesen en el anuncio de verdad.
No está mal, ¿verdad? Ahora imaginen de nuevo los folletos colgando, con forma de pata de jamón, o de ambientador o de perfume, emanando la fragancia del producto en toda la zona donde están los buzones. Entrar a un edificio, y oler a jamón, y aunque no sea siquiera tu edificio, ir al origen del olor y coger uno de los folletos sin poder resistirse. O regresar del metro, de los olores que se acumulan entre tanta gente, y llegar a tu portal, y oler una nueva fragancia que te atrae con fuerza.
Como último acto, imaginen cuando vayan al supermercado, y vean los productos que olían tan bien. Incluso cerrados al vacío, el olor volverá a memoria… y con ella, la buena sensación. ¿Quién no quiere algo que le hace sentir bien, o salivar?
Es muy difícil no sentir curiosidad y saber el origen de algo que nos atrae y nos llama. Es aún más difícil, si hemos caído en la tentación, olvidar a continuación el detonante, el olor, y la causa. Hecho esto, podemos asumir que no te olvidarás de un anuncio que huele bien… y te trae recuerdos.
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